miércoles, 15 de julio de 2009

Big Bang, de Severo Sarduy

Severo Sarduy
Big Bang

1974. 114 págs.
Ed. Tusquets. Cuadernos Ínfimos.

En este librito se incluyen tres poemarios -Flamenco, Mood Indigo y Big Bang-, y algunos poemas sueltos bajo el epígrafe de Otros poemas del escritor cubano. En ellos Sarduy mezcla de forma convincente elementos de la vanguardia, en las formas, mediante el verso libre, el pasaje en prosa poética, el poema a dos o tres columnas, la alternancia de versos en mayúsculas y en minúsculas que convergen y que propician diferentes posibilidades de lectura, bien por separado, bien de forma alterna y correlativa, el uso de la impresión en apaisado, es decir, girando el libro y pasando las páginas hacia arriba, o echando mano directamente del caligrama, así como también en lo que respecta a los temas, a las imágenes, asimilando así mismo el Barroco, referencias al Duero o a Córdoba, que evocan a Machado y a Góngora, referencias al flamenco, a Andalucía y a lo arábigo-andaluz, pero también a lo francés, abundantes alusiones al jazz y sobre todo, también, la introducción de la ciencia y la astrología como elementos poéticos, mezclados con buena dosis de erotismo, que podrían hacer de estos textos escritos hace más de 35 años un referente de una poética modernísima o, simplemente, llevarnos a pensar que quizá es que no haya tal novedad sino, tan solo, un cambio, una simple mutación de los referentes de la cultura popular y de las ciencias adaptadas a nuestros días, con la salvedad del desdeño por la tradición clásica frente a la reverencial postura sarduyana. La diferencia también estaría en que Sarduy demuestra un completo domino del lenguaje, no en vano sus maestros son Góngora y Lezama Lima, así como de las formas. Lo demostró en su magistral De donde son los cantantes, novela que considero imprescindible para valorar a este gran autor.

Algunos ejemplos:

III

Isomorfia

El astrónomo americano Allan R. Sandage reveló, en el congreso de astrofísica que se desarrolla actualmente en Texas, que en junio de 1966 los astrónomos de Monte Palomar habían sido testigos de la más gigantesca de las explosiones de un objeto celeste jamás observada por el hombre. El objeto celeste de que se trata es un quasar que lleva el número 3C 446. Los quasars, descubiertos en 1963, pueden ser astros jóvenes, extremadamente lejanos -varios billones de años-luz- y muy luminosos. La explosión observada, que multiplicó por veinte la luminosidad del quasar 3C 446 pudo haberse producido hace algunos billones de años, tal vez poco después de la explosión inicial que, según la teoría del profesor Sandage, dio nacimiento al universo.

De la lucerna manchada, alta -contra los cristales el golpe de la arena-, la luz cae, cono mostaza.
La sombra del tubo de la ducha en la pared rosada.
En los baños del Hotel de la Confianza apareces, aguador desnudo.

(Afuera : sandalias arrastradas sobre el suelo cubierto de aserrín, la radio marroquí, y más lejos -jinetes que borra el resplandor naranja-, cascos, turbantes que se deshacen al viento.)

Rompes contra el suelo los cantarillos de agua podrida, te sacas el sexo, hueles a oliva, te aprietas el glande, lo marcan tus dedos manchados de azafrán, de tintura púrpura.
La leche en la pared: punto denso, signo blanco que se dilata.
Un silencio.
Una risa.

Te pones la chilaba.
Yo, el impermeable.

(Afuera : el audio de la película : "Mañana, al alba, César atacará Alesia", y más lejos, el parpadeo del neón -"Luxor"-, el metro.)

Tiznit / Barbès-Rochechouart.

***

IX

Vagabundas azules

La determinación del "turn off" que se obtiene con delicados métodos de observación, queda siempre alterada por la presencia, en la secuencia principal, de estrellas situadas más allá del turn off: son las "blue strangglers", las vagabundas azules cuya existencia la teoría de la evolución estelar no logra explicar. ¿Se formarán a partir de la materia proyectada hacia el exterior por las estrellas más evolucionadas del conglomerado, las gigantes rojas?


Todas galácticas, nubladas de pies y manos, dejando un remolino de estrellitas de strass, las Cosméticas salieron de Toledo.
La Chelo (en 1054, citaba, apabullante, los Chinos observaron la nebulosa del Alacrán -y en pleno delirio etnológico-: ¡de ahí la comparsa habanera del mismo nombre!) toda estratificada: rayos (D) de sodio y bandas de óxido de titanio (TiO), características de las galaxias elípticas y de ciertas galaxias espirales: un estudio fotométrico de su rostro ponía en evidencia la caída rápida del brillo a partir del centro; la Tutsi, tan estrellada y doble y cubierta de emulsiones sensibles al infrarrojo, que era un homenaje vivo al astrónomo italiano Paolo Maffei.
Así microcósmicas -querían citar textualmente el universo-, partieron, digo, de Toledo.
Sin ton ni son deambularon hacia el sur: del Zohar al Corán, de la Ceca a La Meca, del azafrán al lirio. Emitían irradiaciones pulsantes; las seguían, en secuencias ovaladas, batallones de gigantes rojas -esas travestidas que abusaban del henné-, y hasta algunas enanas blancas de importación americana, encadenadas a cacatúas y orquídeas.
Al llegar a Gibraltar -punto de "turn off", señaló La Chelo-, se reunieron, debatieron y decidieron hundirse en las morismas.
Por la luz que emitían, lechosa, de tiza apasionada, las identificaron en el desierto.
Luego se alejaron con velocidad uniforme, infinitas.
Los muros de Meknès las tiñeron de azul.

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